El pasado 5 de junio, Lorena Volpi, alumna de 2º de Bachillerato del IES Playa Honda, recibía el premio del XXXII Certamen Literario Roquetas de Mar, que organiza el IES El Sabinar de esta localidad almeriense.

La obra presentada por la alumna se titula “Sin Palabras”, en la modalidad de cuento, y se impuso a “Las cajas de Rob” y “Sueño Azul”, dos cuentos escritos por dos alumnos del IES Juan de la Cierva de Madrid.

El relato cuenta la historia de un niño, nacido en el circo, de padre payaso y madre trapecista. Un relato que se ganó la atención y admiración del jurado de este prestigioso Certamen.

Este certamen, de carácter nacional, admitía obras de todo el alumnado del estado español que tuviera entre 14 y 20 años.

Desde el departamento de Lengua del IES Playa Honda, propulsor de la participación, y desde toda la comunidad educativa, nos sentimos orgullosos por este premio, que viene a poner colofón al gran expediente académico que esta alumna ha obtenido durante su etapa educativa en el IES Playa Honda, así como agradecer la colaboración de las Concejalías de Juventud, Educación y Bienestar Social del Ayuntamiento de San Bartolomé.

La Alcaldesa, María Dolores Corujo, en nombre de toda la Corporación, felicita a la alumna galardonada y al Centro Educativo por este premio.

Sin palabras

Era 17 de febrero, de un año cualquiera en un pueblo cualquiera de los muchos a los que iba el circo. Aquella noche, había un escándalo terrible. Era la primera vez que alguien nacía bajo esa carpa y todos, absolutamente todos los artistas, y quizás, incluso los animales, tenían algo que decir.

-¿Será niño o niña? –se preguntaban las acróbatas.

-Espero que no sea muy inquieto.-decía el domador de leones, a quien le bastaban ya aquellos felinos como fieras a las que educar.

-¿Ha nacido ya?-repetían los contorsionistas impacientes.

Y mientras, la bella trapecista intentaba traer al mundo a aquella criatura que, durante varios meses, le había impedido volar por encima de las cabezas del público.

Entonces, un grito se alzó entre tantas voces.

-¡Silencio!-gritó el payaso, y en ese preciso instante, el bebé asomó su cabeza y ni siquiera se atrevió a llorar después de oír la orden desesperada de su agobiado padre, que apenas pudo contenerse las lágrimas de felicidad al ver a su pequeño.-Es un niño.-articuló con la emoción en la garganta poniéndolo en manos de su esposa.

-Se llamará Jack.-dijo sonriente y exhausta.

-Mira la fuerza con la que se agarra a tu dedo, Marion, seguro que será un gran trapecista.

-No, mira su sonrisa, será payaso, como su padre.-susurró ella.

Pero a Jack le daba miedo las alturas y seguro que pensaba que las tartas estaban hechas para ser comidas y no para acabar aplastadas en la cara de alguien, aunque, realmente, nunca dijo nada. Lo que a él realmente le gustaba era observar, con sus grandes ojos, que no eran verdes ni azules pero de una belleza extraordinaria y de gran expresividad. De hecho, decían tanto por sí solos, que nunca necesitó hablar para comunicarse con los demás y, con solo una mirada, era capaz de transmitir miles de emociones y contar cientos de historias. “Jack el silencioso”, empezaron a llamarlo, hijo de la Dama del viento y de Bob Risitas. Y observando, el pequeño aprendió cosas que ningún otro veía. Se fijaba en cada gesto de los demás artistas, en las pobladas cejas de su padre que se disponían en la frente de una forma u otra según su humor, en la belleza de su madre y en lo bonitos que eran sus ojos cuando una vez la vio llorar y luego, se dio cuenta de que lo eran mil veces más cuando sonreía y entonces, Jack, se enamoró de la felicidad. Así, un día como otro cualquiera, empezó a imitar lo que veía, y lloraba cuando los demás lloraban, y reía si los demás reían. Aprendió a verles el alma y a disfrazarse de ella cuando quisiera, y pasó a ser Jack el mimo, o, como lo presentaban antes de que saliera al escenario,  “El hombre espejo”.

En cada una de sus actuaciones, miraba las sonrisas de la gente del público, sus caras llenas de asombro y fascinación y, cada vez que un show terminaba, hacía una reverencia y respiraba la alegría y la ilusión que se habían quedado flotando en el ambiente, llenándose de sueños y una magia mucho más real que la de cualquier cuento de hadas.

Cuando cumplió veinte años, el circo alzó sus tiendas en lo alto de una colina desde la que se veían bosques, extensos campos repletos de flores y un pequeño pueblo del que sobresalía una hermosa torre con un reloj que emitía una agradable melodía cuando el sol empezaba a irse.

-Se despiden de él con esa música tan bonita para asegurarse de que vuelva por la mañana.-le explicó su madre.-Al sol le encanta la música, por eso les da calor a los pájaros a cambio de sus cantos.

Jack, maravillado, quiso ser un pájaro, no para cantar, sino porque eran libres como el viento.

-Puedes quedarte aquí, si quieres.-dijo la trapecista con gran pesar en cada una de sus palabras.-Hay más mundo más allá de nuestro circo. Vive tu vida, cariño, nada me daría más alegría que saber que eres feliz.

Así, a la mañana siguiente, se despidió de todos aquellos que lo querían, su padre le manchó la mejilla de rojo con la nariz al abrazarlo y volvió a ver a su madre llorar. Jack la miró a los ojos, lloró como ella, y luego sonrió.

-Es el hombre espejo, sonríe Marion.-dijo su padre orgulloso. Y su mujer sonrió.

Entonces, el mimo se encaminó al pueblo de la torre del reloj esperando oír de cerca aquella canción tan bonita que lo había enamorado. Por las calles, se cruzó con un sinfín de gente, cada uno con expresiones y actitudes diferentes, y, como no, empezó a imitarlos. Pasaban algunos enfadados y fruncía el ceño, y al verse reflejados en sus ojos, se daban cuenta de lo horribles y ridículos que iban y empezaban a reírse. Pasaban niños alegres y se transformaba en sus sonrisas y mujeres tristes que consideraron que aquel joven mimo conseguía hacer su día un poco más alegre. Así, en pocos días todos lo conocían y se reunían a su alrededor para disfrutar de sus interpretaciones, que aplaudían y agradecían con alguna que otra moneda. Al final, solo veía caras que irradiaban felicidad, el sol brillaba en lo alto y él consideró que le estaba dando las gracias, como a los pájaros, por hacerle disfrutar con sus actuaciones.

A una semana de su estancia en aquel pueblo, mientras imitaba a una anciana bajo la torre del reloj, vio cómo una muchacha se dirigía hacia él, pisando con firmeza y con los puños cerrados. Sin duda, estaba enfadada y Jack podría haber jurado que vio salir humo de sus orejas. Entonces, se plantó delante de él y empezó a quejarse, sin decir palabra.

Aquella mujer también era un mimo. El mimo más hermoso que Jack había visto en su vida y él le estaba robando el trabajo.

En un momento, los ojos azules de ella se cruzaron con los de Jack y se dio cuenta de que, realmente, no estaba enfadada, sino enamorada. Por  una vez, Jack no imitó aquello que veía. En aquel momento, era más que un reflejo y su mirada empezó a hablar de amor, no porque otros lo hicieran, sino porque lo sentía. Y, antes de que se dieran cuenta, estaban dándose un beso a las puertas de la noche.

-Se llama Sol.-le susurró un niño al mimo cuando vio que este se quedaba embelesado mirando a la mujer de su vida alejándose por la calle. “Sol”, se repitió en su mente, y tuvo la seguridad de que volvería.

Así fue, y así siguió siendo siempre. Se casaron un día de enero y se juraron amor eterno asintiendo con sus cabezas, sellando la promesa con otro largo beso.

Era, sin duda, una pareja peculiar. Nunca discutían, y si lo hacían les bastaba con cerrarse en una caja imaginaria y cruzarse de brazos indignados hasta que uno de los dos aparecía con una sonrisa y un “te quiero” en la mirada. Lo tenían todo a pesar de no tener nada. Les encantaba sentarse a la sombra de los olmos a beber té en tazas hechas de aire y atrapar las estrellas con una red inexistente para convertirlas en luciérnagas.

Construyeron poco a poco una casa en lo alto de la colina desde la que Jack observó por primera vez lo que se acabaría convirtiendo en su futura vida. Se quisieron en silencio durante años y nunca dudaron de ello, pues cada gesto valía más que mil palabras. Todo, absolutamente todo, fue perfecto, hasta que, un día, Sol se desplomó ante los ojos de su marido, de una forma tan repentina que a duras penas consiguió evitar que se golpeara contra el suelo.

-Se ha despertado-le dijo el médico a Jack que jamás se había sentido tan preocupado en toda su vida-pero tengo malas noticias.

Y así era, su Sol se estaba muriendo. Al cabo de unos meses, ni siquiera atarla a este mundo con una cuerda impediría que se fuera. No pudo evitarlo, al mimo amante de la felicidad se le llenaron los ojos de lágrimas y sintió que acababan de arrancarle un pedazo de su alma. Pero entonces, recordó que era el hombre espejo y no podía dejar que Sol se viera reflejada en su dolor, así que Jack se secó las lágrimas, recurrió a toda la felicidad que había almacenado en su interior durante su vida y entró a la sala en la que se encontraba su mujer con una gran sonrisa.

Ahí estaba, con el pelo suelto cayendo sobre sus hombros y la cara sin pintar, pero a pesar de ello, se seguía viendo pálida como un lirio. Sus hermosos ojos azules parecían cansados, acunados por las violáceas ojeras y, sus delicados labios, habían perdido color, pero a pesar de todo, seguía siendo hermosa. Frágil como un jarrón de porcelana y bella como un ángel.

Cuando Sol vio a su marido, intentó devolverle la sonrisa, pero se echó a llorar.

-Tengo miedo.-dijo entre sollozos y esa, fue la primera vez que Jack la escuchó hablar.

Se le acercó y la agarró de las manos. Podía ver lo asustada que estaba, a la vez que confusa y perdida. Jack le secó las lágrimas con los dedos y le sostuvo delicadamente la barbilla para que lo mirara. Esbozó una tierna sonrisa, se llevó las manos al pecho y formó un corazón con ellas para luego entregárselo a su mujer, que calmó su llanto y lo miró maravillada. Entonces, Jack se acercó a ella suavemente y la besó como nunca antes lo había hecho. La miró a los ojos, pensando en todas las cosas maravillosas que le había entregado la vida, los días felices junto a ella y le transmitió toda la fuerza que albergaba en su corazón. Ella, pudo verse en las pupilas de su marido y de su mirada desapareció hasta el más mínimo atisbo de miedo. Finalmente, los párpados de ambos se cerraron, poco a poco, y se convirtieron en el más nítido reflejo del amor.

Meses después, tras tardes difíciles pero felices, en las que ni el dolor pudo evitar que se sintieran bien teniéndose el uno al otro, Sol se desvaneció en la sonrisa de su marido, al son de la bella melodía de la torre del reloj. Entonces, Jack se dio cuenta de que aunque anocheciera, volvería a amanecer. Ella nunca lo dejaría y, cada vez que las primeras y cálidas luces de la mañana acariciaran su piel, podría mirar al cielo y, con solo una sonrisa, decir:

-Buenos días, amor.

Ceniciéntola Bones